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Sin-Vergüenza

La noticia dio la vuelta al mundo (pesquero). Los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales reflejaron lo que en principio parecía un escándalo: “Sospechas de mordidas en el reparto de merluza común en Argentina”. Ese fue uno de los títulos y ese fue el tema.

Por estos mares nada resulta extraño. Que se pidan “peajes” para realizar algunos trámites o para agilizar los mismos.

No hay que ir mucho en el tiempo para recordar las SIRA (Sistema de Importaciones de la República Argentina), un sistema que pretendía unificar criterios y procedimientos para el control de las importaciones. En eso también hubo pedidos, sugerencias, llamados telefónicos para saltear los pasos, donde incluso había una especie de tarifa fija para “sacarlas” de forma casi inmediata.

Más acá en el tiempo el RIGI (Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones) que busca atraer estabilidad a compañías que inviertan más de 200 millones de dólares en la Argentina, por un plazo no menor a 30 años.

Son solo dos casos, de las decenas que se podrían citar, donde las denuncias públicas invaden las redes sociales, pero nadie se acerca a un Juzgado para decir “aquí, ahora, fue este o aquel”, un sistema también patentado en la Argentina donde se denuncia todo, pero solo para espectadores-lectores.

Dos maneras de robarle al Estado Nacional, apenas dos.

Si profundizamos la definición de Estado, podríamos concluir que es un concepto político referido a una forma de organización social, con instituciones soberanas que se encargan de regular la vida de una comunidad de individuos en un territorio nacional.

Dicho más de entre casa, el Estado somos todos. El lector, el trabajador, el empresario, el denunciante y el que no denuncia.

Claro está también que para denunciar hay que tener las consabidas pruebas, algo lógico para no acusar vilmente y sin sustento a una determinada persona u organización.

Pero hay otras formas de robo que no circulan en las redes sociales, en los canales de televisión, en los streaming y en las radios tradicionales: el trabajo en “negro”.

Los pequeños comerciantes, emprendedores y trabajadores autogestionados no pueden sostener la asfixia que les provoca el Estado (que no quiere decir Gobierno), con impuestos abusivos, tasas de impuestos irracionales y costos de servicios que mes a mes se incrementan y parecen no parar a pesar del anunciado con “bombos y platillos” índice inflacionario de agosto del 4,2%.

También están los otros, los que se abusan del sistema y de los trabajadores, a los que los ponen entre las espada y la pared al ofrecerles pagar en “A” y en “B”, o “blanco” y “negro”, o como quieran denominarlo.

Se ofrecen sueldos muy atractivos pero con un gran porcentaje en “morocho”, si es todo en “blanco” se paga lo que dicen los Convenios Colectivos de Trabajo. Ni más ni menos. Convenios que nunca siquiera se acercan a la tristísima realidad económica de aquellos que sostienen la otra parte de las empresas (la parte restante es la empresa justamente).

Se han perdido los escrúpulos, el sentido de empatía donde burlar al sistema hasta se termina “festejando” por la picardía de la evasión fiscal, que es justamente desde donde se sostiene económicamente un Estado.

Nada les da vergüenza a los que burlan la Ley. No se sonrojan siquiera por apretar a los trabajadores y “robarle” al Estado, con excusas que no se condicen con la realidad. Entre las tantas cosas que hemos perdido en nuestro país, hasta la vergüenza ha quedado en el camino. Si no, hay que mirar un poco el castigadísimo sector pesquero.

Gustavo Alberto Seira